La democracia y la República han sufrido un duro revés
El suicidio del expresidente Alan García ha consternado a la población y ha generado una serie de reacciones difíciles de explicar con una sola hipótesis. El contexto político polarizado, la utilización artera de la justicia como instrumento de contienda política, el uso de la información proveniente de la Fiscalía como arma política para la exhibición mediática, el descrédito del usufructo del Estado por parte del empresariado mercantilista y la ola de conflictos sociales que recorre el país, entre otros aspectos, obligan a analizar matices y evitar las conclusiones utilitaristas simplistas.
La consternación es el estado de ánimo general, es el espíritu que resume la época presente en el país. No es poca cosa asumir casi de manera cotidiana, como si de ficción se tratase, el desfile de líderes de opinión —dirigentes políticos, expresidentes y personalidades que son referentes de la conciencia nacional— desde la escena de la historia a las páginas policiales y judiciales. De héroes a villanos. Los referentes sociales hechos añicos. Descrédito y relativismo moral. La confianza hecha pedazos.
El suicidio del expresidente Alan García ha quitado el velo que cubría a la población de ese estado de ánimo. Ahora sí la sociedad ha tocado fondo, pero también todo se ha vuelto claro y transparente. Es necesario, saldar cuentas, salir del desánimo, fortalecer los principios y valores, así como unir esfuerzos para fortalecer la convivencia social.
En el Perú, los partidos políticos son en su mayoría pragmáticos y circunstanciales. Toman la ideología de moda como un paraguas,. y debajo cobijan ideas muy generales. No existe una relación de identidad con el partido, sino mutua conveniencia. Sin embargo, el Apra y quizá algún otro partido histórico son la excepción a esta regla. En este tipo de partidos ideológicos, la vida personal es absorbida por el partido y los intereses personales se diluyen en los intereses sociales. En consecuencia, el suicidio, en situaciones extremas, forma parte de la exigencia para la cohesión y la sobrevivencia del partido como institución social y de la sociedad misma. En esta situación extraordinaria, el suicidio se explica como la obligación del líder para mantener los principios, la dignidad, el honor del partido y de la sociedad.
La entrevista, en la víspera, del expresidente a un medio masivo de comunicación ha sido premonitoria en este sentido. Sin embargo, parece más fácil el argumento multifactorial; en un país falto de ideologías y proyectos nacionales, asumir hipótesis de egoísmo (ego colosal), de fatalismo, (opresión obsesiva de la justicia) o la ruptura del expresidente con el entorno social, y hasta el simple recrudecimiento de un padecimiento psiquiátrico. A pesar de eso, todo indica que fue un acto consciente y perfectamente planeado para hacer frente al apremiante contexto político por el que atraviesa nuestro país; las decisiones del expresidente, como líder político, implicaban enorme responsabilidad ante el país y la historia.
El suicidio de un líder, y más aún expresidente, es un acto político y de la mayor trascendencia. Como ya es conocido, no existen causas específicas para el suicidio. La narrativa de cada suicida fracasado es particular y discordante a veces con la lógica y el sentido común. Tiene mayor utilidad estudiar los factores que predisponen el comportamiento suicida. Y claro, la política es rico en este tipo de factores. Los dilemas éticos y la insatisfacción de la acción política pueden generar desencuentros éticos y morales muy agudos. La optimización de las decisiones puede acarrear perjuicios, a veces en forma inevitable.
Los suicidios de líderes políticos, religiosos, militares o de líderes de instituciones muy ideologizadas exigen ser analizados con herramientas conceptuales muy amplias, porque involucran con mayor importancia el contexto político, económico, social y cultural. Este contexto contiene factores que predisponen el comportamiento suicida, debido a que el hombre trasciende a la muerte para vivir en el colectivo social. Por lo tanto, son inevitables las disquisiciones políticas del acto suicida y es probable que el impacto del suicidio del expresidente Alan García en la sociedad peruana sea imperecedero.
La democracia y la República han sufrido un duro revés. La población está consternada, y el Congreso de la República —que posee las herramientas necesarias para saldar las cuentas pendientes— se encuentra de espaldas al país. El Congreso debe actuar. Esta no es tarea del Poder Ejecutivo. Si se deja esta tarea en manos del Ejecutivo, se habrá roto una vez más el Estado de derecho. La ausencia de confianza, la caída y la desaparición de poderes referentes, con principios y valores, conducen a la desorganización social y a la desestructuración del Estado, con consecuencias podrían ser impredecibles. ¡Salvemos a la República y la democracia!